Bogotá, cerca de las estrellas

Cuando el conquistador español Gonzalo Jiménez de Quesada y su reducidísimo ejército alcanzaron estas alturas en pleno trópico exclamaron: “Tierra buena, tierra que pone fin a nuestras penas”.

No era para menos; diez meses atrás habían partido desde la ardiente Santa Marta, en el Caribe, con 800 hombres en busca del famoso Dorado, de los cuales solo 150 lograron conquistar esta enorme, elevada y verde sabana, salpicada de espejos de agua y bendecida por el clima más sano del planeta. De inmediato levantaron 12 chozas de paja y un remedio de iglesia. Esto ocurrió el 6 de agosto de 1538.

Han transcurrido 480 años desde entonces y de ese idílico paisaje poco queda. Hoy son más de ocho millones de almas que disfrutan a diario el caos propio de esta megaurbe latinoamericana que no tiene metro, pero continúa bendecida con su clima primaveral y su agua potable de insuperable calidad, gracias a sus 2660 metros sobre el nivel del mar. Y pese a sus infiernos y sus glorias aún conserva la impronta andaluza en el barrio La Candelaria, la riquísima arquitectura de sus iglesias coloniales, medio centenar de museos obligados, megabibliotecas, parques inmensos, los mejores lugares de rumba, dos docenas de salas de teatro, parques temáticos y una gastronomía superada solo por su colega Lima.

Catalogada por diversos portales especializados y organizaciones diversas como el mejor destino para visitar y hacer negocios en 2017, Bogotá está presta a recibir a sus más de dos millones de visitantes anuales, con una oferta hotelera, cultural y de convenciones que poco tiene que envidiarle a las grandes capitales del mundo. De norte a sur, extiende sus brazos a lo largo de 40 kilómetros para dar la bienvenida a todos aquellos que quieren explorar por sus propios sentidos por qué Bogotá está tan de moda. El riesgo al visitar la capital del país que le apuesta a la paz renovada es que usted quiera quedarse a vivir aquí. Si lo decide, los bogotanos estarán felices de acogerlo.

Lo obligado

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